Volumen 8, Unidad 2, Lección 9
¡Bienvenidos a esta hermosa huerta en el suroeste de Missouri! ¡Qué buen lugar para nuestra plática sobre el fruto del Espíritu! Si pensamos en lo que significa dar fruto del Espíritu Santo, hay muchas lecciones poderosas que podemos aprender en una huerta saludable y productiva como esta.
En Gálatas 5, Pablo dijo que es el Espíritu quien produce fruto en nuestra vida, no nosotros. Ninguno de estos árboles a mi alrededor produce manzanas solo porque quieren. En realidad, producen fruto naturalmente porque están vivos y sanos. Lo mismo sucede en nosotros. Si comenzamos a madurar espiritualmente, injertados en la familia de Dios, y dejamos que Él nos moldee según su voluntad, entonces el fruto se producirá naturalmente en nuestra vida.
Dietrich Bonhoeffer lo dijo así: «El fruto siempre es lo milagroso, lo creado; nunca es el resultado de la voluntad, sino siempre de un crecimiento. El fruto del Espíritu es un don de Dios, y sólo Él puede producirlo. Los que dan fruto saben tan poco de él, como el árbol, de su fruto. Sólo conocen el poder de Aquel de quien dependen» [El precio del discipulado].
El injerto
¿Sabías que un agricultor casi nunca usa semillas para cultivar árboles frutales? Casi todas las semillas de frutas son de polinización cruzada, esto significa que producen árboles de gran tamaño con fruto ácido y de crecimiento lento. En vez de eso, los agricultores utilizan el proceso llamado injerto, que es unir una rama sana de un árbol con las raíces de otro, y así crear un árbol nuevo. La fusión es dolorosa: el agricultor hace cortes en ambas ramas y luego las une entre sí. Cuando las heridas de los árboles sanan, estos se unen y permanecen juntos toda la vida.
En Romanos 11, Pablo explica que los que creen en Jesús son ramas injertadas en el árbol de Abraham [versículo 17]. Eso significa que estamos en la familia de Dios. Los patriarcas de Israel son las raíces, y nosotros somos las ramas. Así como ellos fueron santificados y apartados para Dios, así también nosotros [v. 16]. La gracia de Dios a través del sacrificio de Jesús es la única razón de que podemos producir fruto bueno.
La poda
Una vez que el árbol comienza a crecer, el agricultor no solo lo riega y lo protege de las temperaturas extremas; también debe podar las ramas secas, enfermas o dañadas. La poda permite que el sol llegue al fruto, mejora la circulación del aire (lo que evita plagas) y provee nutrientes para el crecimiento. A veces, los agricultores incluso cortan las ramas sanas para que el árbol crezca en una cierta dirección y dé la mayor cantidad de frutos posible.
Jesús explicó este proceso a los discípulos en Juan 15, aunque en ese pasaje habla de uvas en lugar de manzanas. Jesús dijo: el Padre «corta de mí toda rama que no produce fruto y poda las ramas que sí dan fruto, para que den aún más» [versículo 2 NTV]. A medida que crecemos como seguidores de Jesús, el Espíritu Santo constantemente poda las áreas de nuestra vida que están enfermas o dañadas, y cualquier cosa que no glorifique a Dios. Si nos sometemos cada día a este proceso, aunque sea doloroso, produciremos mucho fruto y daremos mucha gloria al Padre [v. 8].
La siembra
El agricultor elige muy bien la ubicación de su huerta. Buscan terrenos con buen drenaje y un constante flujo de aire. De lo contrario, los brotes se congelarían antes de producir fruto. Los agricultores también examinan el suelo en busca de parásitos diminutos y eliminan las hojas secas y la maleza que podrían impedir el crecimiento.
También es importante el lugar dónde plantamos. El Salmo 1 dice dichoso es el que no «sigue el consejo de malos, ni andan con pecadores, ni se juntan con burlones» [versículo 1 NTV]. Quien está arraigado en la Palabra y en la verdad de Dios, es «como árboles plantados a la orilla de un río, que siempre dan fruto en su tiempo» [versículo 3].